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Nos encontramos en un momento único en nuestra historia. El auge de la tecnología ha contribuido a una tasa sin precedentes de prosperidad para el mundo dotándonos de una red global de comunicación constante; una nueva era de saltos tecnológicos. Hemos recorrido un largo camino desde nuestras humildes raíces. Ahora, somos pioneros en las nuevas fronteras digitales, ampliando nuestro dominio del mundo cuántico a los confines del espacio.

Sin embargo, nuestro mundo se enfrenta a la crisis. Pobreza, violencia, corrupción o amenazas a la libertad personal. Como en otros tiempos de crisis, las viejas historias han comenzado a repetirse. Las medias verdades -esta vez repetidas cada noche en las noticias- hacen eco a través de los medios: nos dicen que el imperio es fuerte, que el cambio es poco prudente, que los negocios son la respuesta a todo. En tiempos de incertidumbre tratan de aumentar la confusión, para aprovecharse de nuestras inseguridades y temores. Tratan de mantenernos divididos para su propio beneficio. La estrategia toma muchas formas: izquierda y derecha, cristianos y musulmanes, blanco y negro, santo y pecador.

Pero algo inesperado está sucediendo. Hemos comenzado a contarnos unos a otros nuestras propias historias. Compartimos nuestras vidas, esperanzas, sueños y demonios. Cada segundo, día tras día, los detalles de nuestras vidas en esta tierra fluyen a lo largo del mundo. Empezamos a entender las consecuencias de nuestras acciones y el error de las viejas costumbres. Comenzamos a cuestionar los viejos paradigmas que dicen que estamos hechos para consumir -no para crear-, que el mundo es a nuestra semejanza, las guerras son inevitables y la pobreza ocurrirá siempre. A medida que aprendemos más acerca de nuestra propia especie una verdad fundamental ha sido redescubierta: No somos tan diferentes como pueda parecer. Todo ser humano tiene fortalezas, debilidades y emociones profundas. Anhelamos el amor, la risa, tenemos miedo a estar solos y soñamos con una vida mejor.

¡Debemos crear una vida mejor!

No puedes quedarte sentado en el sofá mientras esperas una revolución. Tú eres la revolución. Cada vez que decides no ejercer tus derechos, que te niegas a escuchar, que ignoras el mundo que te rodea o que gastas un euro en un negocio que no paga un salario justo contribuyes a la opresión humana. Pero tienes opciones. Tomar el camino fácil. El camino conocido de la sumisión. O la opción de levantarte, de salir a la calle y hablar con tu vecino. De uniros a nuevos foros para crear un cambio duradero y significativo para la raza humana.

Este es nuestro reto:

Una revolución pacífica. Una revolución de las ideas. Una revolución del arte. El siglo XXI como un siglo de iluminación. Un movimiento global para crear una nueva era de tolerancia, comprensión, empatía y respeto. Una época de desarrollo tecnológico sin trabas. De intercambio de ideas y de cooperación. De expresión artística y personal. Podemos optar por utilizar las nuevas tecnologías para un cambio positivo y radical o que estas sean usadas contra nosotros. Podemos mantener los canales de comunicación abiertos y excavar nuevos túneles hacia los lugares donde la información es todavía reservada. O podemos dejar que todo se cierre en torno a nosotros. A medida que avanzamos debemos reconocer la necesidad de información veraz y de un mundo verdaderamente democrático y libre. Tenemos que luchar para mantener Internet abierta como un foro de ideas donde todos se sientan y traten como iguales. Debemos defender nuestra libertad de aquellos que tratan de controlarnos. Debemos luchar por aquellos que aún no tienen voz.